Club Renfe 60

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R E L A T O

EL REY, LA REINA Y EL TREN Por

SARA NAVAS

Sara Navas es periodista y acaba de publicar La monarquía al desnudo (Catarata), un conjunto de historias y anécdotas sobre los reyes y reinas de España, desde aquel que nació en un retrete al soberano más playboy.

Si hay algo que T. asociaba a viajar en tren era esa sensación de tregua con el mundo. Cada vez que se subía a uno, su vida parecía recolocarse como los cajones de Marie Kondo hasta quedar completamente ordenada. Incluso los whatsapps y los correos electrónicos que recibía cuando se encontraba sentada en un vagón traían buenas noticias. También ese día que iba camino de Aranjuez a conocer al hijo de una amiga. No importaba que antes de que hubiera sonado el despertador esa misma mañana tuviera, una vez más, la certeza de que se estaba perdiendo algo instalada en las tripas ni que siempre se despertara con la angustia de no encontrarse donde se supone que debiera estar. T. sentía que de entre los dedos se le escapaba algo grande, algo que no debería poder colarse por ningún hueco, pero que sin embargo se resbala. Algo que los demás viven intensamente mientras ella se queda inmóvil al borde del camino, como diría Benedetti. Pero el traqueteo del tren, y también la sensación de estar alejándose de un lugar para acercarse a otro, la relajaba hasta el punto que olvidaba todo aquello que le producía desazón. En su asiento, siempre junto a la ventanilla –prefería ser de las personas que molestan para ir al baño o al vagón cafetería a ser la molestada (a T. le gustaba ser correcta, pero no era tonta)–, le dio por pensar en cómo debió ser el recibimiento de Alfonso XII en la estación de Atocha tras visitar a ciudadanos contagiados de cólera en Aranjuez, donde ella se dirigía por primera vez en su vida y donde nadie iba a ir a buscarla. Su hermano mediano le contó una vez que cuando el rey regresó a Madrid se suspendió la sesión en las Cortes para que los diputados pudieran ir a recibirle y que Sagasta, fundador del Partido Liberal, incluso vitoreó la valentía y buen corazón de Alfonso. “El Rey en Aranjuez, solo, sin preparativos, sin aparato alguno. Ha ido a luchar con la muerte y ante rasgo tan heroico solo se me ocurre gritar: ¡Viva el Rey!”, gritó. Pero lo que más grabado se le quedó fue la imagen del monarca y su esposa María Cristina que le describió su hermano: la pareja protagonizó un momento inaudito al ser desinfectada en público con vapor de timol y ácido fénico. Al imaginarlos rociados como un par de insectos T. sonrió por primera vez desde que, unos meses atrás, había cumplido los 35. Parece que hacerse mayor consiste en no dar nada por sentado, no hablar antes de haber rumiado bien cada palabra, no decir nunca lo que piensas y tomar leche sin lactosa. Entre otras cosas. Pero tener ya una edad, pensaba T., es sobre todo darse cuenta de que en la vida solo hay una dirección, y esta nos iguala a todos. Cada vez era más consciente de que era libre para elegir cómo hacer el camino, solo de ella dependía si subirse a todos los trenes que pillara a tiempo, coger solo alguno o mejor ninguno, pero el último destino siempre es el mismo, sea uno el rey Alfonso XII o una guionista sin trabajo. Aunque ella en la muerte prefería no pensar mucho, como si el hecho de ignorarla la acercara de alguna forma a la inmortalidad. 66

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